Saber de dónde venimos

Saber de dónde venimos, por manido que parezca, sí determina hacia dónde vamos.  La Historia es un libro que no cerrará jamás, porque lo escribimos cada día.

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Ilustración de Alfredo Martirena sobre los jóvenes y la enseñanza de la Historia de Cuba.
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Lety Mary Alvarez Aguila
Lety Mary Alvarez Aguila
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19 Marzo 2025

Mientras consultaba las páginas del libro 100 preguntas sobre Historia de Cuba, de Francisca López Civeira, mi mente viajó a la etapa del preuniversitario, cuando solíamos debatir sobre ciertos «aportes» que aparecían en exámenes de años precedentes. Quien me lee ya debió percibir que se trataba de un modo sarcástico de decir, pues la expresión era común, al menos en ese entonces, para aludir a respuestas que oscilaban entre lo absurdo y lo inimaginable.

Ahora, luego de varios años, vuelvo a reflexionar sobre el vínculo de los adolescentes y jóvenes con nuestra Historia. Hace pocos días, tras un intercambio informal con un pequeño grupo de conocidos, regresé sobre las mismas interrogantes. ¿Cómo asimilan la enseñanza del proceso histórico cubano? ¿Resulta extraño que algunos no tengan noción de hechos o figuras elementales? Aparentemente sí; sin embargo, existe más de un color en los hilos de esta madeja. No soy la primera (y evidentemente no seré la última) que escribe sobre el tema; pero, para empezar, recomiendo una cita con el ejemplar literario que mencionaba al inicio.

Conectar con el pasado nos transforma. Crear conciencia sobre los episodios que glorifican la nación incide en la manera de percibir el presente y proyectar el futuro. Saber de dónde venimos, por manido que parezca, sí determina hacia dónde vamos. Desde la infancia hablamos de Martí o entonamos el Himno de Bayamo aun sin entender del todo los vocablos de su letra. En edades tempranas dibujamos la bandera y, con los mismos colores, el tocororo. A simple vista, esos primeros encuentros con Cuba pueden parecer simbolismos aislados; sin embargo, cimentan el camino de los valores, la identidad y el sentido de pertenencia. Luego llega la profundidad de las clases, los libros de texto y esas tareas de valoración que no se limitan al «nació en el seno de una familia humilde».

La enseñanza de la Historia, en todos los niveles educativos, debe ser más que reconocer caras en billetes manchados o acumular en la cabeza un torrente de fechas vacías. Mucho se aboga por dejar atrás el mecanicismo, la esquematización. Mucho se pide por bajar del pedestal de mármol a aquella figura que no fue una deidad, sino un ser humano. Como asignatura priorizada, algunos le temen. La avalancha de contenidos amenaza al estudiante que desea ingresar a la Universidad. Con más de 50 hojas, los resúmenes plagados de marcador fosforescente llenan cada espacio del centro escolar; pero, ¿acaso la memorización técnica se convierte en el mejor método?

Nadie niega que apelar a la memoria supone una opción cuando se trata de conocimientos adquiridos recientemente. Sin embargo, existe una tendencia en niños y jóvenes a limitar el estudio de la Historia solamente a «tapar los papeles» y replicar palabra por palabra. Pero, basta que la mente juegue una mala pasada para que algún mártir decimonónico aparezca, de la nada, en un suceso de la época contemporánea.

En tiempos de conflictos, avances, tecnologías y constantes charlas sobre la colonización cultural, urge trasmitir a los más nuevos un verdadero sentir patrio, pero sin asumir posturas negacionistas sobre la realidad. No se trata de aislarlos de las redes, sino de fomentar un consumo crítico ante el océano de información a través de las pantallas. En ese aspecto, un vínculo sólido con la Historia contribuye a discernir entre verdad y manipulación.

Para dinamizar las estrategias pedagógicas, humanizar los contenidos y crear un paisaje educativo a tono con la actualidad, debe pensarse en alternativas frescas, parecidas a los destinatarios. Resumir la importancia y acuerdos de la Asamblea de Guáimaro puede constituir la típica orientación del estudio independiente, pero también puede serlo la visualización del filme El Mayor. Buscar fuentes interactivas de consulta, crear aplicaciones para dispositivos móviles, incitar a los educandos a consumir cine, dibujos animados y series históricas propicia una visión más amplia y favorable para la interpretación de los temas.

La bibliografía asignada a cada grado tiene el poder de la síntesis y, obviamente, ayuda a estudiar. No obstante, la lectura crítica puede ir más allá. Tanto en formato físico como digital, hallamos libros disponibles para las nuevas generaciones. El encuentro con otros autores e investigaciones posibilita descubrir aristas espinosas, desconocidas e incluso polémicas sobre acontecimientos o personalidades. A todo ello hay que acercarse sin temor, siempre que la información provenga de sitios confiables.

Hablamos de vivir la Historia y no dormirla, no odiarla, no pensar en ella por inercia u obligación. Dialogamos sobre la búsqueda de experiencias inmersivas, tanto en un museo como desde un ebook. No basta un joven curioso que quiera desentrañar la genealogía de la Cuba que somos hoy. Necesitamos transformaciones más profundas e integrales, que devuelvan las palpitaciones al descubrir un lugar solemne o escuchar un testimonio de la lucha clandestina. Debemos mirarnos como fruto de sangre criolla, machetes y barbudos en la Sierra.

Al mismo tiempo, resulta preciso entender que el libro no se ha cerrado ni se cerrará. Lo escribimos cada día con aquellas victorias de la industria biotecnológica o ese gigante que conquistó cinco medallas olímpicas. Asimismo, tenemos páginas tristes para no olvidar. La Historia está ahí, desnuda, viva, imparcial. Nunca será demasiado tarde para conocernos.

 

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