El centinela de todos los sueños

Mi lugar preferido en el mundo tiene un nombre: Papá.

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Leslie Díaz Monserrat
Leslie Dí­az Monserrat
202
15 Junio 2025

Piensan los niños, en su aterciopelada inocencia, que, en las noches, monstruos iridiscentes salen de sus cuevas para perturbar los sueños. Yo también sentí ese miedo paralizante y me hacía un rollito en la colcha para evitar que unas manos peludas me tocaran los pies.

(Ilustración: Martirena)

Muchas veces, la mayoría si soy más exacta, corría de mi cama, más rápida que una bala, y me colaba, como un gusanillo, en medio de mis papás. Allí, ponía mis manos en el corazón de mi padre, lo escuchaba latir y sentía que una nube protectora me cubría, una especie de escudo nuclear contra temores y pesadillas.

Así ha sido toda la vida. Me bastan unos ojos verdes, que, como las estrellas de mi cielo, me guían en cada uno de mis pasos. Creo que una sola vez lo he defraudado. Ese día, ni siquiera recibí un regaño por respuesta. Me miró, con toda la decepción del mundo posada en una mueca triste y ese silenció me rajó en dos, como una puñalada que seccionó los huesos. Una herida para la que no se tiene sutura, vendajes o analgésicos, ¿porque cómo se sana la tristeza de lastimar a quién se quiere?

En ese instante me cayó encima, de un tirón, la madurez y entendí tantas y tantas cosas. Desde entonces y, como siempre, él sigue siendo mi Quijote, mi pedacito de ejemplo para seguir creyendo y apostando por las causas nobles.

Siento que soy muy afortunada al tenerlo y lo miro junto a mi hermano y ellos dos, tan unidos y hermosos, son mi vida.

Cuando me he sentido triste, ahí ha estado él y también ha llorado en mis alegrías, porque cada segundo importante de mi paso por esta tierra ha sido con y para mi familia.

Con mi papá estuve en mis incontables noches de garganta enferma y Penicilina, en sus fines de semana de trabajo voluntario. Con él fui a la zafra, a escuelas y campos sembrados y nunca olvidaré una boda que organizaron en medio de un cañaveral y a la que asistí como «enviada especial» de mi madre para velar por el orden y la disciplina.

En cada rincón de la infancia tengo un recuerdo suyo. En ese entonces lo veía como un gigante noble y acolchonado. Mi lugar preferido del mundo estaba encima de sus hombros, ese era mi Kilimanjaro, mis Alpes y mi Pico Turquino.

Para mi padre siempre tendré los brazos abiertos. Jamás ha tenido, ni tendrá, otra queja de su hija. Yo soy su escudera y él mi Quijote. Todos caminamos juntos, y nuestro paso puede ser tan humano, como imperfecto, pero siempre, absolutamente siempre, impulsado y custodiado por el más genuino amor.

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