Donde comienza la vida

El colectivo del Hospital Ginecobstétrico de Villa Clara enfrentó a «Irma» sin contratiempo alguno.

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Ricardo R. González
Ricardo R. González
@riciber91
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19 Septiembre 2017

Ahora ilumina el sol de la recuperación; sin embargo, la luz no oculta esas horas tensas vividas en el hogar más importante de la maternidad villaclareña. La tormentosa «Irma » ni siquiera se apiadó de la ternura de la infancia, como tampoco lo hizo con el resto de las instituciones cercanas de la Salud, en un territorio sumamente herido.

Ilustración de Alfredo Martirena sobre trabajo de hospital ginecobstétrico durante huracán irma
(Ilustración: Alfredo Martirena)

Pasó el tiempo como lenta angustia, con noches oscuras, sin estrellas. Hombres y mujeres que en muchos casos doblaron turnos porque el hospital no podí­a abandonar sus funciones. Algunos se enteraron, en medio de esas fatigosas jornadas, de que en sus casas ya no existí­a un techo de cobija, y a pesar de la impotencia siguieron en pie, para demostrar que los sentimientos humanos son más fuertes que una categorí­a cinco en potencia de huracanes.

En la contienda más dura entre la historia recordada, no importaron las ojeras ni el agudo cansancio. Cuando fue necesario, los nervios se ataron a barras de acero, y se confió en las bondades de la existencia.

De pronto los pasillos de la planta inferior rompieron su rutina. Se vieron colmados de camas a fin de recibir a las evacuadas de pisos superiores, y en medio de todo un pensamiento colectivo de solidaridad, porque habí­a que tender manos a Caibarién, Sagua la Grande y Remedios, los territorios más afectados.

Gracias a una etapa preparatoria previa, «Irma » solo pudo derribar árboles, parte de la cerca perimetral, tupir tragantes de la azotea y romper algún que otro cristal, pero sin rasguños ni daños graves.

La Sala de Neonatologí­a, una de las más grandes del paí­s, quedó intacta en el tercer piso porque era imposible desacoplar su tecnologí­a, y en medio de todo es importante que el mundo conozca que de sus 50 camas, estuvieron ocupadas 48 sin que ocurriera ninguna desgracia.

Atentos también en la unidad quirúrgica, en la Sala de Cuidados Especiales y el Cuerpo de Guardia, mientras los facultativos y el personal especializado se moví­an por las diferentes áreas a fin de intercambiar con sus pacientes y darles aliento.

Hubo fallas eléctricas, pero solucionadas con el aporte inmediato de empresas. Y si de algo vive feliz el doctor Alexander Martí­nez, al frente de todo su colectivo, es del afán que experimentó el hospital a través de todos los trabajadores, el cuerpo de seguridad y protección, las responsables del Banco de Leche, los choferes que desafiaron peligros, así­ como familiares, acompañantes y visitantes insertados en una recuperación de manera organizada.

Esa es Cuba. Aunque el impacto de las olas y la fuerza de los vientos trataron de silenciar la nobleza, aquí­ está su pueblo para contar historias.

Tres dí­as angustiosos de septiembre en que 38 criaturas anunciaban la llegada a este mundo con el primer llanto.

No sé si alguna de las parturientas le puso Irma a su retoño. De haber ocurrido, no importa, porque nunca serán insensibles. Habrá espacio para Irmas como la que dibujó Martí­ en La Edad de Oro: bondadosas, gentiles, estudiosas y protagonistas futuras de pasajes sublimes, como el de ese niño que aparece en una foto aferrado al busto martiano para no perderlo en medio de la tormenta.

«Irma » pasó. Ya brilla la recuperación aunque nos dejó crueles marcas en el alma. Se impuso la fuerza de quienes saben amar, en busca de la grandeza humana, esos que están siempre al lado del sol en cualquier centro, y sobre todo, en aquel donde comienza la vida.

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