El único centro villaclareño que acoge a niños sin amparo familiar hasta los seis años llena un capítulo de amor con personas que abren su corazón para suplir el afecto que les falta.
Tierna imagen. Junto a Álida está Reinaldo Alberto, un niño que llegó a la casita con solo dos meses de nacido para resultar el de menor tiempo. (Foto: Ricardo R. González)
Ricardo R. González
@riciber91
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13 Marzo 2022
13 Marzo 2022
hace 2 años
Hay historias conmovedoras, de esas que se mueven como en un péndulo entre lo real y al mismo tiempo inimaginable. Criaturas que se alegran de que los visiten y te toman de la mano para enseñar su casita de esmerada limpieza, donde cada dormitorio marca detalles, con ropas en extremo ordenadas y cada vasija muestra el nombre del pequeño para reforzar su identidad.
Son los inquilinos del hogar número 1 destinado a niños sin amparo familiar a partir del abandono de sus padres, a lo que se suman condicionantes jurídicas atribuidas con la no atención al menor, y aquellas contrarias al mejor desarrollo de la infancia, como las limitaciones intelectuales y padecimientos siquiátricos de sus progenitores, o situaciones sociales complejas que no disponen de un sostén familiar.
Memorándum
La Casa # 1 de niños sin amparo familiar acoge a pequeños hasta los seis años con disímiles situaciones por las que su familia no puede ocuparse de ellos en un momento determinado.
íšnico centro en la provincia habilitado para este tipo de niños. Cuenta con menores de Cifuentes, Placetas, Manicaragua y Sagua la Grande. En estos momentos son más los de otros municipios que los de Santa Clara.
En la actualidad suman ocho niños, aunque han tenido momentos de 12 debido a la capacidad limitada de la vivienda, que no permite una cifra mayoritaria.
La casa fue fundada por Vilma Espín Guillois en 1991. La plantilla inicial fue de 15 menores.
Desde 2011 ílida Díaz Acosta asume las riendas directivas del centro y no se arrepiente de haber llegado a la casita, que es de todos, porque resulta grato saber que han podido ayudar a unos 60 menores a lo largo del tiempo.
«La entrada aquí es la última opción cuando no existen otras posibilidades de acogerlos en su entorno. Entonces comienza la labor de todos, para tributarles el cariño que necesitan, estar pendiente si algún malestar interrumpe la dinámica de vida entre las 18 personas dedicadas por completo a estos niños, sin abandonar los propios reclamos personales y la de los pequeños, que resultan familias también ».
Hay que ver cómo están los dormitorios, cómo se mantiene el ropero lleno de detalles, el orden que tienen los juguetes que complementan esa espiritualidad infantil, porque, por encima de todo, está la prioridad de cada niño.
Bondades del alma
La experiencia de los menores se multiplica. Quizás llegan al hogar con ciertos temores ante un universo para ellos desconocido. «Una situación crítica a decir de ílida que han podido transformar con las fórmulas del amor para reinsertarlos a la vida. Casi ninguno sufre la separación de sus familias cuando se suplen las necesidades afectivas y espirituales para sentirse como verdaderos seres humanos ».
Cocineros, enfermeras, subdirectora, personal docente, auxiliares de limpieza y una administradora que prefiere ejecutar acciones y no hablar caracterizan la grandeza del centro.
Y allí está Mercedes Sosa Rodríguez, calificada por ílida de incansable y que no se separa del buró entre tantos papeles, facturas de alimentos, el menú de cada día en tiempos muy complejos, sin descuidar lo inherente al avituallamiento a favor de que cada infante reciba todo lo necesario.
Así pasa una jornada y otra, con el cariño de los menores a quienes los cuidan. Para ellos son sus tías y tíos porque saben aquilatar, a su manera, lo que se hace por ellos.
«Los padres mantienen cierto vínculo, Unos más que otros, en dependencia de sus características. Llaman y se preocupan, pero aun de vacaciones no nos aislamos del centro. Resulta imposible », precisa ílida Díaz.
Ver llegar a un niño al centro impacta, pero asimilar la partida cuando ya cumplen la edad de permanencia o los padres están en condiciones de tenerlos es en extremo complejo.
Desde semanas previas comienzan las incertidumbres y el colectivo se adelanta a lo que pudiera ocurrir. Entre ellos se preguntan si van a extrañar la comida elaborada por Mario, y tantos recuerdos comienzan a dar vueltas en la cabeza. Cuando ya traspasan la puerta se torna irresistible. Nadie imagina que estas cosas puedan ocurrir.
¿Qué se requiere para trabajar aquí?
Un corazón bien grande, una sensibilidad extrema y un amor infinito por la infancia. Quien no tenga estas condiciones que no se someta en medio de momentos muy tristes que hemos tenido, pero que impone seguir.
Así lo considera ílida Díaz, la mamá de dos hijas, y que carga con otros tantos pequeños en esta magia de maternidad dentro de una infancia bendecida.
Contrastes
Nadie mejor que una de las protagonistas del colectivo para asumir el contraste. Yadaris Fuentes es la enfermera del centro y cuenta en su haber con varios años de servicios en diferentes instituciones vinculadas a la pediatría.
«Cuando me dijeron de incorporarme a trabajar aquí jamás imaginé que esta obra pudiera existir, porque la imaginaba como algo de película o de telenovelas. No entendía que las madres llegaran a estos extremos con sus hijos ».
Madre de dos hijas, de 18 y 9 años, y otra en camino, Yadaris ratifica que estos niños manifiestan la falta de cariño. «Por suerte logramos incorporarlos a la sociedad y el mayor regocijo sería que en el futuro, cuando nos reencontremos, puedan decir: "Hoy somos alguien gracias a este país", por lo que me siento satisfecha por ayudarlos a vivir ».