Santa Clara, Remedios y los ochocientos mil demonios

No fueron 18 familias, sino 7, el cura y un regidor, que junto a aquellos antiguos residentes gestaron de común consenso la fundación de la Villa de Santa Clara. 

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Roberto González Quesada
3138
11 Julio 2019

Los historiadores a veces se despistan. Las investigaciones demuestran que Don Manuel Dionisio González se confundió al relacionar los 138 pobladores que ya existí­an en Ciego de Santa Clara, hato de Antón Dí­az y de Pavia, como integrantes del grupo remediano que en 1689 vino a radicarse allí­.

Plano del lugar donde fue fundada Santa Clara.
Según las notas del plano del lugar donde fue fundada Santa Clara: Plano que representa la parte de la población de Villa Clara en los alrededores de la ermita del Carmen con el punto en que, según la tradición, se celebró la primera misa, levantado por el agrimensor público D. Mariano Uribe. (Foto: Archivo)

Tampoco fueron 18 familias, sino 7, el cura y un regidor, en total 37 personas que junto a aquellos antiguos residentes gestaron de común consenso la fundación.

Por otra parte, la «emigración » de San Juan de los Remedios, que por esa época tení­a unos 600 habitantes, transcurrió en el contexto de lo que el etnólogo Fernando Ortiz describió como Una pelea cubana contra los demonios.

Asolada por los piratas en los años 1652, 1658 y 1667, la población temí­a nuevos ataques. Y ese estado de zozobra generó la idea de mudar la villa para un lugar más resguardado.

Grabado de Mialhe
Iglesia Parroquial de San Juan de los  Remedios  según grabado de F.  Mialhe  (siglo XIX), en Joaquí­n E. Weiss, Arquitectura colonial cubana. (Foto: Archivo)

Fray Cristóbal Bejerano Valdés propuso los terrenos de Santa Fe, de su propiedad, ubicados un poco más hacia el interior, pero el párroco interino José González de la Cruz se opuso tenazmente; abogaba a favor de su hato El Copey, distante varias leguas del poblado. Ambos, lo que pretendí­an era vender sus tierras y a un buen precio.

Mientras, los comerciantes Jacinto Rojas, Bartolomé Castillo y Juan Jiménez defendí­an la permanencia, no creí­an que iban a repetirse las incursiones piráticas, luchaban por mantener sus negocios donde mismo estaban.

La polémica entre los bandos de los dos prelados promovió trifulcas y desórdenes, y provocó la intervención del Capitán General de la Isla, quien envió un emisario. Este en principio aprobó El Copey; mas luego, al comprobar que eran campos anegadizos, decidió la instalación del caserí­o en la zona sugerida por Bejerano.

A partir de entonces el sacerdote José González recurrió a toda clase de argucias, y amedrentó a los supersticiosos habitantes remedianos con sermones sobre los demonios más de  ochocientos mil según su cuenta invasores del pueblo. Y únicamente, decí­a, el traslado a El Copey, lugar bendecido por el Señor, los librarí­a de ellos. Como si fuera un inquisidor, declaraba seres poseí­dos o no por el Diablo y casas endemoniadas.

Muchos vecinos, ví­ctimas de tales supercherí­as, vagaban por la sabana, dejando sus hogares y provisiones. De ese rí­o revuelto se aprovechaban los malhechores y contrabandistas. Fue tal la situación creada que el Capitán General,  manu militari  hizo retomar a los moradores a sus domicilios.

Nombrado párroco propietario, en 1862, González utilizó sus prerrogativas para inducir a sus feligreses a seguirlo a su hato y obligar a otros, atemorizándolos, a establecerse allí­ también. Pero la guerra entre los dos clérigos y sus partidarios continuó.

Tamarindo de la fundación, 1718
Tamarindo fundacional consagrado por la tradición, 15 de julio de 1718. (Foto: Archivo)

En vano el gobernador militar del paí­s Don Diego Viana Hinojosa dispuso (1688), arguyendo lo crecido del grupo mudado unas dos terceras partes de la población el traslado del resto. Pero la orden penetró en oí­dos sordos.

La solución la obtuvo, al cabo, el capitán Manuel Rodrí­guez, cuando era alcalde ordinario, al conseguir autorización y ejecutar el cambio para el hato de Antón Dí­az, en el punto nombrado Ciego de Santa Clara.

Vinieron los más atormentados por la prédica parroquial. Remedios quedó bastante habitada.

Pero al parecer la influencia de los «diablos » prevalecí­a en el ambiente, porque inexplicablemente estalló violenta controversia entre Santa Clara, en calidad de continuadora oficial de la villa, y los regidores del cabildo remediano que habí­an permanecido en esta, recabando recí­procamente ejercer jurisdicción en todo el territorio y sobre la otra población.

El conflicto llegó al rojo vivo. Un incendio destruyó numerosas viviendas del viejo poblado y acusaron al alcalde santaclareño de ser el autor intelectual.

Seis años duró el litigio. Ambas localidades apelaron en última instancia a la Audiencia de Santo Domingo, en la vecina isla de La Española, máximo órgano judicial para las Indias Occidentales hispanas. El fallo otorgó pareja legitimidad a los desavenidos.

Tamarindo de la fundación, 1907
(Foto: Archivo)

Así­, el primero de enero de 1696 Remedios reanudaba la elección de su gobierno local, y el 28 de julio del propio año en un punto intermedio conocido por Ciego Romero, comisionados de los dos municipios acordaron el deslinde de ambas jurisdicciones. Todo cordialmente. Al concluir, alzaron los vasos de aguardiente con miel para festejarlo.

La paz se afianzaba. Desaparecí­an para siempre los demonios.

Tamarindo fundacional, 2018
Monumento fundacional en el Parque El Carmen (2018), que deberá ser sometido a un proceso de restauración por el 330 de la ciudad. (Foto: Narciso Fernández Ramí­rez)

NOTA: *En 1646 el cabildo de Sancti Spiritus, cuya jurisdicción entonces se extendí­a más allá del centro de la región que habrí­a de ser Las Villas, concedió permiso al remediano Antón Dí­az y de Pavia para establecerse en Ciego de Santa Clara del hato que adoptarí­a el nombre del propio Dí­az. Para 1689 él y sus parientes habí­an fomentado una gran familia de 138 miembros. Se dedicaban al lucrativo «comercio de rescate », es decir al contrabando.

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