
No importa que la pandemia impida hacer festividades públicas y les resulte imposible a los hermanos remedianos acompañarnos en el Puente de la Cruz para dar curso a la alegría de un nuevo cumpleaños de Santa Clara, la bien llamada Ciudad de Marta y del Che.
En lo íntimo, en lo profundo de los corazones, siempre habrá espacio para el regocijo, para sentir el orgullo de haber nacido pilongo y formar parte de una historia tricentenaria que se acrecienta con el paso de los años.
Hoy golpea la terrible COVID-19, como antaño azotaron otras enfermedades infecciosas. Las Actas Capitulares del Cabildo, esos documentos inestimables, nos remiten al año 1762, cuando el 6 de abril se impedía la entrada a la villa a personas infectadas de la viruela.

Luego, la lepra, el tifus, la peste bubónica y el cólera, flagelos que diezmaron la población e hicieron adoptar a los hijos de esta villa, convertida en ciudad el 12 de mayo de 1867, medidas de aislamiento de los enfermos similares a las de estos tiempos, y a iniciar en 1822 procesos de vacunación contra la viruela, semejantes a los que enfrentaremos quienes habitamos la Santa Clara de hoy.
Entonces, en esos siglos primigenios, se impusieron el alma y el temple de nuestros abuelos, como ahora se viene imponiendo la fortaleza de un pueblo que se sabe descendiente de aquella patricia toda bondad que fuera doña Marta Abreu de Estévez y de su hijo adoptivo, el comandante rebelde Ernesto Che Guevara, quien libró la famosa batalla de finales de diciembre de 1958.
Sobre nuestras espaldas se asientan 332 años de historia. Los criollos de esta villa fueron a pelear a La Habana en 1762 cuando la toma de la ciudad por los ingleses y existe un acta capitular que recoge la negativa santaclareña de reconocer como suyo al monarca británico.
Y cuando se dio el grito de Independencia o Muerte contra España, el 6 de febrero de 1869, la Junta Revolucionaria de Villaclara tuvo en Miguel Gerónimo Gutiérrez y Eduardo Machado a dos de los principales líderes del independentismo insular.
La Gloriosa Santa Clara ha sido la única ciudad de Cuba atacada en las tres guerras de independencia (1876, 1896 y 1958), y como pilongos de cuna nos preciamos de la hermosura del Parque Vidal y del espectáculo único de los miles de pajaritos de color negro que cada tarde inundan sus árboles y cada amanecer parten en bandadas hacia los campos circundantes de la capital de Villa Clara.

Claro, la pandemia impide los espectáculos públicos, la misa en el sitio fundacional del Parque El Carmen y la siembra del tamarindo 332 en la vera de la Loma del Capiro, pero las ideas renovadoras se imponen y buscan embellecer sitios públicos, como el parque que ocupa la esquina de San Cristóbal y Cuba, sometido ahora mismo a un cambio de imagen sustancial con el apoyo decisivo de la comunidad aledaña a tan céntrico espacio citadino.
Allí, para mayor realce del proyecto, estuvo la casa de un hijo ilustre de esta ciudad: Eduardo Machado Gómez, quien tuvo dos privilegios en nuestra historia patria: ser el primero que presentara un proyecto invasor a Occidente, hecho ocurrido en Cafetal González el 7 de febrero de 1869, y proponer como el primer acuerdo de la Asamblea de Guáimaro, que fuera la bandera de Narciso López nuestra enseña nacional, y que la enarbolada por Céspedes en su ingenio Demajagua estuviese junto a ella en las sesiones de la Cámara y se considerara parte del tesoro de la República.
Este jueves 15 de julio, no será igual a otros en cuanto a celebraciones, pero nos unirá la misma devoción por nuestra urbe, esa a la que el desaparecido poeta Sigfredo Ariel llamó ciudad sin mar lejos del mar y que tuvo en José Surí al primer cultor de la poesía; la misma Gloriosa Santa Clara cuyas brisas del Capiro acarician a diario nuestras mejillas.
