Miguel Jerónimo Gutiérrez, la lucidez y la estatua
Este 15 de junio se conmemora el bicentenario del nacimiento del insigne patriota villaclareño, a quien la filial provincial de la Unión de Historiadores de Cuba rendirá sentido homenaje.
Miguel Jerónimo Gutiérrez debe considerarse también un paladín de la concordia y de la unidad, un promotor de la causa que requería el concurso de todas las fuerzas. (Foto: Francisnet Díaz Rondón)
Mauricio Escuela
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15 Junio 2022
15 Junio 2022
hace 2 años
Miguel Jerónimo* Gutiérrez es un patriota que algunos creen olvidado. La estatua en el parque de la Pastora, de Santa Clara, merece mejor tratamiento. No obstante, desde que se comienza a estudiar el devenir de las luchas cubanas por la independencia y la justicia social, este nombre es recurrente.
Por su protagonismo como líder en el alzamiento en Las Villas, cuando la guerra amenazaba con naufragar prematuramente, por su trabajo en la causa de la unidad revolucionaria y por el ejemplo de valor que daba, al punto de ser nombrado vicepresidente de la Cámara de Representantes que se constituyó en Guáimaro, Miguel Jerónimo representa un capítulo glorioso de Cuba, de la región villareña específicamente, y es considerado por historiadores como el Céspedes o el Agramonte del centro del país.
¿Qué mérito se le atribuye?
En 1869, en Las Villas había una conspiración para alzarse contra España, pero los conflictos de la guerra en Oriente y Camagí¼ey hicieron que los miembros de la Junta Central dudaran de si era o no el momento indicado. Ya antes, elementos como la zafra, habían demorado la incorporación de otros territorios a la lucha. Pero la cuestión en Las Villas radicaba en si había o no certeza de que en el país existía una revolución organizada que pudiera lograr los objetivos insurreccionales.
El proceso de institucionalización de Guáimaro, con la Carta Magna y los poderes del Estado, hizo que los cubanos tuviesen por primera vez un gobierno propio, con horizontes totalmente originales. Allí, el patriota villareño jugó también su papel, como justo representante del centro y luego como funcionario competente, cuyo amor por la justicia lo llevó a librar largas batallas discursivas contra la división y la desidia, algunos de los males que después, proféticamente, se revelarán fatales en el proceso independentista.
Pero a Miguel Jerónimo Gutiérrez hay que verlo también como el hombre sensible, amante de las artes, culto, que nunca abandonó la poesía. Una pasión donde vertió sus ideales sobre la libertad, la vida y la búsqueda del bien común. Allí, quien quiera ahondar en su alma, verá a un ser de poderoso verbo, de prosa elegante y sobria, de humildes proyecciones y una grandeza espiritual. Era un alma de ademanes calmados, que trasmitían mucha paz, pero su energía para la vida política estaba latiente en cada una de las acciones llevadas adelante por la revolución. Como muchos de nuestros patricios, disponía de un gran capital, que colocó en función de la causa. Ninguno de los jefes del centro jamás cuestionó su autoridad ni la inmensa moral que lo asistía, porque, de hecho, el nombramiento de Miguel Jerónimo al frente del departamento fue unánime.
Esa prestancia, que de un solo golpe lo hizo merecedor de las riendas de la historia, no lo envaneció, sino que hubo en su carácter un gesto de amabilidad hacia todos los que lo trataron. La añoranza de su familia, en especial de los hijos, marcaba sus pasos, y de eso dan fe algunas crónicas que narran la época. Este hombre es descrito casi como un ser desposado con las obligaciones patrias, convencido de su función, incluso sufriente en medio de las calamidades de una guerra incipiente que atravesaba no pocos escollos de toda índole que amenazaban con destruir lo alcanzado.
Por ello, Miguel Jerónimo Gutiérrez debe considerarse también un paladín de la concordia y la unidad, un promotor de la causa que requería el concurso de todas las fuerzas. La historia le dio la razón, pues más allá de la necesidad de un gobierno civil con instituciones funcionales, la tarea bélica exigía de los cubanos una integración de objetivos y de acciones. José Martí, cuando escribió sobre la Guerra de los Diez Años, hizo hincapié en la imagen de la espada que dejamos caer, porque no fuimos capaces de sostenerla entre todos. Miguel Jerónimo fue hasta el último momento de aquellos que abogaban por la unión, a todo costo, por la acción en todo caso.
Precursor en política de la fórmula martiana para una revolución exitosa, ese hombre fue víctima de una delación mientras iba con su hijo a visitar unos campamentos. Atravesó la Trocha de Júcaro a Morón y se detuvo en una casa que fue asaltada. La labor de la unidad lo puso en la mira del enemigo y ello le costó la vida, pero era eso o el fracaso, eso o la Patria.
La ausencia de un sitio exacto donde fuera enterrado el cuerpo marca el drama del patriota para las futuras generaciones. Quedó como una venerable huella en las vibraciones de la nacionalidad cubana. La guerra se hacía a medio camino entre la precariedad y la gloria, y el héroe tuvo que conocer ambos mundos: la historia en estado puro y la miseria material de la manigua, la firmeza de sus ideales y la delación que terminó con su existencia. Todo en aquella naciente idea de libertad estaba entreverado con la hazaña de fundar algo nuevo y trascendente. Miguel Jerónimo no pudo ver cómo sería el resto de la guerra, pero profetizó, con su vida, el camino.
El centro de Cuba, en el bicentenario de su nacimiento, le debe un sitial de honor que no ha de reducirse solo a un monumento. En tiempos de búsquedas y hallazgos en los cuales el sentido de la historia pudiera determinar tantos otros sentidos, los versos de Miguel Jerónimo recuerdan cuánto de invaluable y de hermoso existe en los pasajes de la guerra independentista. Hasta resuena esa frase que cierra uno de sus poemas, titulado «El Bien y el Mal »: «En las tinieblas de la noche oscura, está el cocuyo que los aires vela ». Especie de adagio que sentencia e ilumina con su metáfora.
* De acuerdo con las reglas de la lengua española, puede escribirse Jerónimo o Gerónimo. En ese sentido, el segundo nombre del patriota villareño aparece tanto con G como con J en distintos documentos, aunque según los investigadores, en el acta de bautizo aparece Jerónimo.