A propósito de la XV Jornada Cubana contra la Homofobia y la Transfobia, Vanguardia relata las historias de Laritza y Ernesto. Conversamos sobre sus miedos, su lucha por el respeto a los derechos de todas las personas, los sueños por cumplir y sus aspiraciones más íntimas.
El próximo 28 de junio se celebra el Día del Orgullo LGBTIQ+, fecha dedicada a reivindicar la igualdad de las personas y la no discriminación por orientación sexual o identidad de género. (Foto: Tomada de Internet)
Victoria Beatriz Fernández Herrera
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21 Junio 2022
21 Junio 2022
hace 2 años
En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación. Simone de Beauvoir
Laritza
«Soy mujer, latinoamericana y lesbiana »; así se describe Laritza (Lari) Perez Rodriguez, psicóloga de profesión, nacida en Zulueta y criada en un pequeño poblado villaclareño, Remate de Ariosa.
«Quizás la falta de referentes homosexuales durante mi niñez retrasó lo inevitable. De niña aún desconocía mi atracción hacia las chicas; sin embargo, sí percibía que los chicos no me agradaban, desde un punto de vista sexual.
«Cuando mi sentir todavía carecía de nombre, ya otras y otros me marginaban por ser diferente. En la adolescencia, mi sentimiento hacia otras muchachas se intensificó; con 15 años me enamoré por primera vez y comencé a lidiar con aquellas emociones ».
El salir del clóset trajo consigo rechazo, negación y violencia psicológica. Asimilar la información, aceptar las diferencias y concientizar sobre el respeto a las preferencias sexuales del otro conlleva tiempo, esfuerzo y un grado de madurez emocional difícil de alcanzar. Así recuerda Laritza aquellos primeros años de descubrimiento y lucha constante por ser aceptada.
«El proceso lo vive la persona no heterosexual, pero también su familia. Aunque me opongo a cualquier comportamiento violento, comprendo que detrás de las acciones discriminatorias, se esconden el miedo y la incertidumbre provocados por el desconocimiento, al menos, en el caso de mi familia. Cuando les conté, tenía 17 años. En primera instancia, utilicé el término bisexual. De inmediato, me retracté.
«Durante años, mi madre albergó esperanzas y deseó que mi opinión cambiase. Creía que, al entrar a la universidad, conocería al hombre adecuado. Fui feliz cuando me dijo: “Ya no te imagino con un hombre, me parece imposibleâ€. Mi padre, probablemente, vive aún en negación. Prefiere el término "amiga" antes que "pareja".
«Para mis abuelos, adaptados a escuchar solo opiniones negativas sobre las personas homosexuales, el proceso resultó lento. Por supuesto, su amor hacia mí ganó y hoy mi pareja es una nieta más, la adoran ».
Con 11 años, sin plena conciencia de lo que ocurría, Lari sufrió bullying por primera vez. «Mis profesores de primaria consideraban alarmante mi falta de interés hacia los chicos y recomendaron al resto de las niñas que no jugasen conmigo. Desde ese momento, los ataques han sido reiterados.
«Cuando ingresé al preuniversitario en Santa Clara, nadie me conocía y supuse que todo lo vivido quedaría atrás. La historia resultó diferente; me enamoré de mi mejor amiga heterosexual y aun cuando la amistad permaneció intacta, los demás muchachos me violentaron todo el tiempo.
«Regresaron los insultos, los comentarios hirientes, los mensajes ofensivos y la exclusión consciente de mi persona. En ese entonces, yo misma me autoexcluía. En la beca, me bañaba en la madrugada para evitar cualquier agresión.
«Al arribar a la etapa universitaria, el bullying, al ser más de lo mismo, comenzó a formar parte de mi cotidianeidad. Tuve que lidiar con individuos que consideran la homosexualidad y la transexualidad como un trastorno; algunos, incluso, subvaloran mis méritos y logros profesionales, y me obligan a demostrar mi valía constantemente. No obstante, también he encontrado amigos que me aprecian por quien soy ».
En la actualidad, Laritza participa en varias iniciativas defensoras de la dignidad plena y el respeto a las diferencias; el grupo Labrys y el proyecto Com_una hereje constituyen algunos ejemplos de su activa labor. El sueño de escribir un libro para niñas y adolescentes late en su interior como un anhelo inmediato y de obligado cumplimiento.
«Ser lesbiana siempre ha mediado, de una forma u otra, en todos los aspectos de mi vida. Hallar las pruebas de discriminación resulta casi imposible porque la lesbofobia y la misoginia tienden a pasar desapercibidas. Nuestra historia y cultura, como en casi todos los países, celebra la heterosexualidad. Lo diferente casi nunca encuentra un espacio; de ahí nuestra lucha diaria por vivir con dignidad.
«Soy feminista y activista en la lucha por los derechos del sexo femenino en toda su diversidad, y, en particular, de las mujeres lesbianas y bisexuales. Lidio con un montón de estereotipos y, como miles de mujeres, sufro un acoso sexual permanente. Sin embargo, salgo a la calle a diario y camino de la mano con mi pareja.
«Como escribiera el poeta Walt Whitman, “me canto y me celebroâ€. Me amo, para amar luego a quienes me rodean. Me acepto y así resulta más fácil aceptar y respetar a las/los/les demás ».
Ernesto
Camagí¼eyano por nacimiento e hijo adoptivo de Santa Clara, Ernesto Iglesias Serrano se graduó de bachiller en el Politécnico de Informática de su provincia, pero su interés por el estudio de la conducta humana lo motivó a presentarse a los exámenes de ingreso para optar por la carrera de Psicología en la modalidad de concurso. Desde el año 2014, ostenta el título de licenciado y, hace poco tiempo, obtuvo su máster en Sexología y Sociedad.
Ernesto logró construir la vida a la que muchos aspiran; no obstante, ha sorteado obstáculos difíciles en su tránsito hacia la realización profesional y personal. El ser homosexual ha influido positivamente en sus experiencias; aunque también provocó algunos amargos traspiés.
«Durante los años de secundaria básica, comencé a cuestionar mi identidad sexual. Siendo tan joven e inexperto, me culpé y reproché a mí mismo por sentir atracción hacia otros chicos. A los 16 decidí expresar a mi familia mi orientación sexual.
«Al principio me resultó difícil encontrar apoyo, sobre todo, por parte de mis abuelas. Sin embargo, la incomprensión se disipó pronto, y su amor, cariño y respeto hacia mí regresó con naturalidad ».
Mientras muchos la recuerdan como una etapa única e inolvidable, la vida estudiantil constituyó un reto para Ernesto. «Sufrí la burla y escuché comentarios ofensivos de mis compañeros. Deseaba transitar por los pasillos de la escuela sin ser visto para evitar las miradas, las risas y las palabras crueles de los más “machosâ€. Tenía la sensación de no pertenecer a ese lugar ».
Dirigente estudiantil en sus años universitarios, promotor de salud en el Centro Provincial de Prevención de las ITS/VIH/sida en Camagí¼ey y activista comprometido en temas de sexualidad, Ernesto ha demostrado su capacidad para movilizar e instruir sobre temas tan complicados como las enfermedades de transmisión sexual y la identidad de género.
«Ha sido complejo romper estereotipos en la sociedad; todavía muchos emplean terminologías arcaicas y discriminatorias para referirse a la homosexualidad. A pesar de los avances en cuanto a educación sexual en Cuba, aún persisten personas que utilizan los términos patología, trastorno, aberración o perversión al abordar el tema de las identidades no heterosexuales o heteronormativas.
«En mi experiencia personal, la comprensión y apoyo a estas temáticas resulta mayor aquí en Santa Clara. En mi ciudad natal, por ejemplo, la homofobia es más notable ».
Contrario al imaginario popular, Ernesto y su actual pareja han construido, durante los últimos siete años, una relación hermosa, duradera y basada en el respeto mutuo. «Ambos compartimos la pasión por el activismo y dedicamos parte de nuestro tiempo a educar sobre la sexualidad y desmontar aquellos criterios y opiniones lacerantes u ofensivos. Anhelamos lograr la igualdad de derechos para todas las personas ».
Ernesto y su compañero de vida aún contabilizan varios pendientes en su larga lista de metas por cumplir. El deseo de convertirse en padres constituye, sin duda, su anhelo más sublime y humano.