Si en temporadas anteriores, sobre todo en la estival, eran necesarias determinadas recomendaciones, ahora, cuando la situación epidemiológica de Cuba arrecia por innumerables factores, es preciso abrir los ojos y actuar con responsabilidad.
No es una etapa fácil por el agobiante calor y las frecuentes lluvias, a lo que se unen las limitantes diversas y una pandemia aún sin término tras dos años.
Ya se ven algunos indicios de reaparición, en tanto el vaticinio de los especialistas presupone un incremento de los casos de COVID-19 en los próximos meses, motivado por las reinfecciones, y según las aseveraciones del Dr. José íngel Portal Miranda, ministro de Salud, mientras el virus circule por el mundo, continuarán sus variantes.
Ello por un lado, y por el otro, la alta infestación del mosquito Aedes aegypti, que complica más el panorama sanitario con las arbovirosis y la transmisión del dengue.
El vector no se ha retirado nunca de nuestra demarcación, a tal punto que prácticamente ya es considerado endémico en el país, situación que se recrudece en esta etapa por el calor sin precedentes, el nivel de precipitaciones no acostumbrado para el mes de julio y, ¿por qué no?, las reiteradas indisciplinas ciudadanas.
Se ha dicho que Cuba no cuenta actualmente con el combustible necesario ni dispone de otros insumos para emprender acciones masivas de fumigación, se conoce que el cuadro básico de medicamentos presenta notorias afectaciones en más de 150 renglones. Además, al menos en Villa Clara, la contaminación resulta el problema cardinal medioambiental, y si cada ciudadano, como parte de la comunidad, da la espalda al asunto y minimiza las medidas imprescindibles para evitar la propagación del vector, estaremos transitando por períodos de suma complejidad.
Todavía el abasto de agua es irregular, insuficiente y caótico en algunos sitios, la recogida de desechos sólidos otro tanto, los microvertederos se convierten en macros, además de las indisciplinas ciudadanas, como el total irrespeto a la convivencia al situar las jabas lejos de las propias fachadas y ponerlas en las de otros vecinos, incluso en aceras opuestas, para incitar al almacenamiento de bolsas que crece y crece, y hasta existen las «voladoras », que algunos tiran por los balcones sin el mínimo escrúpulo.
Los ríos continúan siendo el reservorio de los más diversos objetos, y mientras la necesaria percepción del riesgo no sea «metabolizada » por la ciudadanía, seguirán siendo elevados los índices de infestación en la provincia, con niveles capaces de transmitir cualquiera de las arbovirosis existentes.
No se trata de asustar, el panorama es real, y aunque casi la totalidad de los municipios mantienen un comportamiento similar, en Manicaragua, Remedios, Sagua la Grande, Santo Domingo y Santa Clara se manifiesta una alta focalidad y reportan no pocos casos de dengue.
A nivel de país se han aislado algunos serotipos y combinaciones de sus variantes como causantes de la mayor prevalencia de personas que derivan hacia la gravedad, con trastornos hemorrágicos manifestados por el descenso de las plaquetas, la ocurrencia de hemorragias internas que dañan los órganos sin que exista coagulación sanguínea y pueden ocasionar la muerte.
Ciertamente, la responsabilidad individual y colectiva, los cuidados y acciones en domicilios, centros laborales y estudiantiles, y el necesario autocuidado deben cambiar en alguna medida el el agudo ámbito sanitario.
Intoxicaciones del verano
Para nadie es secreto la marcada escasez de fuentes alimentarias, acompañada de altos precios que parecen traspasar la estratósfera, aun así, los descuidos, la descomposición de algunos nutrientes, la incorrecta manipulación, transportación y almacenaje, las violaciones de normas entre los llamados a cumplir las medidas higiénico-sanitarias abren las puertas para la aparición de las intoxicaciones alimentarias (IA).
Reportes acumulados en la provincia sitúan el jamón, los embutidos, las pastas de bocadito y algunos dulces entre los principales causantes de IA, en las que influyen, también, la carencia de refrigeración en muchos casos y el inminente peligro de descomposición por los constantes apagones.
El tiempo de preparación es otro de los factores a tener en cuenta, y uno de los renglones más problemáticos son las ensaladas frías con el empleo de mayonesas caseras, y si a ello añadimos la preparación por encima de las seis horas antes del consumo, aumentan las probabilidades para la aparición de brotes alimentarios, aunque existan las mejores condiciones de refrigeración.
Ya que se habla del frío, tanto los pescados como las carnes y jamones demandan adecuados niveles de conservación. Guardarlos en el refrigerador no resulta suficiente, algunos exigen congelación, como los propios derivados del mar o el pollo, que merecen el espacio de más baja temperatura en el equipo.
Pero mucho ojo con esas personas inescrupulosas que venden el fruto de la pesca en los barrios sin conocerse su procedencia.
En medio de todo, la inspección sanitaria reclama ingentes esfuerzos. Hacer cumplir las normas constituye asunto compartido, por lo que habrá que insistir en mantener los alimentos tapados, sin olvidar el uso de gorros y otros protectores en el caso de los elaboradores, y el claro precepto de que quien expende no puede cobrar. ¿Acaso se cumple siempre? ¿O es que a veces a las propias administraciones les «engorda » tanto la vista que no les permite observar?
Con la intensidad de este verano, ¿cuántas horas permanece la carne de cerdo a la intemperie y sin la debida protección? Y mucho cuidado con los productos fritos y refritos, a fin de cerrar filas a las IA, cuyos principales síntomas son vómitos, diarreas, deshidratación, debilidad muscular y fatigas. Estos aparecen de tres a cuatro horas posteriores a la ingestión.
No podemos minimizar las enfermedades de transmisión hídrica, por lo que se impone el tratamiento adecuado del agua en tiempos en que se dificulta hervirla, y llaman a la aplicación del hipoclorito de sodio, a razón de tres a cuatro gotas por litro de agua, sin obviar las condiciones de las cisternas de los establecimientos públicos, que de tener aguas contaminadas, constituyen otro S.O.S.
Velar por la salud de los semejantes debe ser un precepto compartido por todo pueblo, para protegernos de las inclemencias de un verano peligroso.
¿Inocuidad de los alimentos?
Otro tema con tela por donde cortar. La inocuidad de los alimentos (IA) responde a una larga cadena en la que cada eslabón es indispensable. Desde la cosecha de los alimentos, el proceso de elaboración, la transportación, el almacenamiento, los vendedores, el procedimiento de venta y hasta nosotros como consumidores, por lo que se dice con razón que lo inocuo está en nuestras manos.
Cada 7 de junio, la Organización de Naciones Unidas lo dedica al tema y aparecen disímiles acciones por parte de los vinculados con la temática.
Se preparan mesas con todas las de la ley, comestibles verdaderamente empacados, productos con su debida etiqueta, en fin; sin embargo, pasada esa jornada todo vuelve a la cotidianidad y se olvida que un alimento será inofensivo siempre que esté exento de riesgos para el bienestar humano y aparezca libre de bacterias, hongos, mohos, productos químicos u otras toxinas.
¿Puede hablarse de inocuidad al trasladar el pan en un equipo de tracción animal sin un mínimo de protección? ¿Se cumple lo orientado en cocinas y almacenes de restaurantes y unidades gastronómicas cuando no sabemos lo que ocurre en el área de procesamiento ni en qué condiciones?
¿Puede haber inocuidad ante el vendedor que manipula los alimentos directamente con sus manos sin saberse lo que ha tocado antes? ¿Qué decir de algunas ferias agropecuarias en que parte de la mercancía se exhibe en la propia acera o el pavimento? ¿O cuando no se vela por el etiquetado correcto de los productos y de su fecha de vencimiento? Son mínimos ejemplos, porque mucho más pudiera agregarse.
Baste visitar algunos centros comerciales, bodegas y carnicerías para apreciar cómo en los platos de las balanzas o en el propio mostrador permanecen los insectos, y qué decir cuando llega el pollo o algo de carne, o se derrama azúcar.
Los promotores insisten en una acción que se repite una y otra vez: «concientizar », pero llevo años escuchándola y no aprecio avances. Es cierto el programa con la realización de numerosas charlas educativas, murales con la temática, matutinos, jornadas de higienización en centros elaboradores de alimentos. Pero estas buenas prácticas, a mi modo de ver, son fugaces, de apenas 24 horas.
Si bien las consignas compulsan a los actores y se habla de inspecciones sanitarias y estatales, sería más factible lograr sistematicidad para conseguir la inocuidad alimentaria. Y para no debe olvidarse la limpieza adecuada, separar los alimentos crudos de los cocinados, mantenerlos a temperaturas seguras, el uso del agua y materias primas adecuadas, y proceder a la cocción completa de los alimentos que la requieran.
Son temas en los que falta un largo trecho por recorrer. Entre arbovirosis, intoxicaciones alimentarias e inocuidad se mueve la cuerda floja, y el comportamiento débil ante ellas condiciona peligros extremos que hacen que entre la ficción de lo deseado y la realidad de cada día haya un buen trecho.