Más de un curso escolar demoró esta entrevista o conversatorio, como él prefirió decir. Conrado Pérez Armenteros, Guamuta, medallista de bronce olímpico de Munich 1972, protagonista del mejor resultado deportivo del baloncesto cubano para hombres del siglo pasado, y ojalá me equivoque, también de este siglo XXI que ya gatea, entra de nuevo al ruedo.
Tal vez para algunos entre los que me incluyo descubro que sus inicios en el deporte fueron en la impulsión de la bala y el salto alto, bajo la tutela de otro «monstruo », el inolvidable Abelardo Montiel, aquí en Santa Clara.
¿Cómo llegaste al baloncesto, quién fue tu primer entrenador?
Va a responder, mas de pronto se detiene y cuando lo hace me deja atónito.

Mira, nunca había hablado de esto, no lo sabe nadie, excepto mi familia; el que me enseñó el doble paso, el agarre del balón, tirar, en fin, a jugar al baloncesto, fue Enrique Plá se ríe como un niño travieso.
¿El baterista…?
Sí, el de los Irakere, ese mismo, éramos casi vecinos. Él tenía un aro en el patio de su casa y ahí comenzó todo. Quién iba a decir que luego sería el famoso baterista de esa gran orquesta, y lamentablemente nunca más lo he podido contactar. Después fue Guillermo Soto (Willy); con él fui a los segundos Juegos Escolares Nacionales, y allí logré mi primera medalla de oro, mi primera gran satisfacción en un evento nacional importante.
¿Por qué Guamuta?
Por mi abuelo, que vivió o trabajó por Camagí¼ey en un lugar llamado así. Mis padres eran 14 hermanos. En la calle me preguntaban de cuál de los Guamuta yo era, pues a todos les decían así. Por cierto, esa tradición llegó hasta mí, ahí se queda el apodo.
Conrado tiene una familia olímpica, honor que le concedieron en acto público en la Sala Amistad de su ciudad natal; su hermana Mercedes jugó baloncesto en varios torneos nacionales, su hermano Miguel se decidió por el béisbol y, por supuesto, Leonardo Maravilla Pérez, el menor, que se convirtió en uno de los mejores defensas en la historia del baloncesto cubano.
De sus raíces le queda Antonia, su madre, que sigue «luchando » a sus 85 años, pues su padre ya falleció. Con Viveta, su esposa, tiene a Conrado, de 44 años, y a Vivet, de 45, quien le prodigó dos nietos: Melani y Tomy.
Saliendo de la zona de confort, ¿qué te gustó más, ser baloncestista o entrenador?
Se mueve inquieto, no esperaba ese cambio de ritmo. Sus manos, como que acarician de nuevo un balón, el mismo que se volvía sumiso cuando el Guamu lo manipulaba con habilidades mágicas casi innatas.
Qué va, la vida de deportista. No hay nada como eso.
Respira, pero no se confía, ya está activado. ¿Qué vendrá? Se toca el cuello del pulóver y sigue buscando el disparo preciso…
«Deportista y entrenador son emociones diferentes, el deportista lleva mucho sacrificio, dedicación; el entrenador también, pero no es lo mismo ».
De acuerdo, pero como director técnico de «Los Lobos » ganaste ocho títulos, en muchos años siempre lograste medallas…
Cierto, pero esa medalla olímpica no tiene comparación.
Las emociones de aquel momento están a flor de piel, a punto de estallar.
Vamos ahora a Munich 1972.
Al ganarle a Brasil empezamos a festejar, ya sabíamos que estábamos entre los cuatro grandes, porque a Estados Unidos, la Unión Soviética que sorprendió al ganar el oro y Yugoslavia les tocaban los tres primeros puestos, eran la élite mundial, así que nos sentimos satisfechos; pero al conocer que por el otro grupo clasificó Italia, entonces nos dijimos aguanta ahí, aguanta ahí…

Guamuta hace un largo silencio. Está mirando hacia el exterior a través del balcón de su humilde apartamento. Sus grandes ojos saltones están humedecidos, se pasa la lengua por los labios, hay movimientos involuntarios en casi todo su cuerpo.
¿Estás viviendo ese momento ahora, lo ves, lo sientes?
Afirma repetidamente con la cabeza, pero no puede hablar, necesita pedir tiempo y se lo concedo. Le hablo de lo que sentí cuando escuché ese juego por la radio.
Dime tú, y yo responde, y sigue en ese silencio que grita y no lo corta nada ni nadie. Por fin se recupera, respira y suelta: «La corbata ».
Me quedé en cero, pero no digo nada.
Aguanta ahí que entonces tenemos chance con una corbata, y así mismo fue…
Su gesto lo dijo todo, dibujó la medalla en su pecho.
¿Y cuándo llegó por fin la corbata?
Apoteósico. Creo que años más tarde fue que nos dimos cuenta de la hazaña, una medalla olímpica. Eso no le pasó por la mente a nadie.
Confiesa que la preparación que tenían fue determinante, gardeaban a presión los 40 minutos en toda la cancha, eso no lo hacía nadie en el mundo. Alza los brazos y riendo me dice: «Bueno, mira cómo estoy yo, desbaratado ».
Se refiere a su estado físico. Tiene serias limitaciones para caminar, sale poco de la casa; sin embargo, su mente sigue muy lúcida, coherente, con una memoria de elefante, y lo más importante, con un fino sentido del humor.
¿Satisfecho entonces como deportista?
Mucho, los mejores dividendos del baloncesto de nuestro país fueron en mi etapa, la década de los años 70. Fuimos campeones centroamericanos, cuarto lugar en el Mundial de Puerto Rico en 1974, terceros en la Universiada Mundial, segundos en el Festival Mundial de Perú.
Una anécdota para relajar.
Cuando me afeitaba la barba, me salían granitos en la cara, eran incómodos y demoraba en afeitarme, eso me traía problemas con Carmelo, el entrenador. Era otra época, pero después de la Olimpiada, García Bango, el presidente del Inder, me dijo: «Si quieres no te afeites más, y dile a Carmelo que lo digo yo ». Ahora se ríe a carcajadas.
Guamuta considera que en su época había mucha vergí¼enza deportiva, perder un partido dolía en el alma, no se esperaba nada a cambio.
«Tengo una bolsa llena de diplomas, el carro me lo dieron 20 años después de la Olimpiada. Ahora el deporte es un negocio, premios por aquí y por allá, se va a la competencia que conviene… Son otros tiempos.
¿El baloncesto cubano hoy?
Débil, escasean los jugadores altos, algunas deserciones, formar un equipo lleva tiempo, no hay relevo.

¿Si volvieras a nacer, qué harías?
Combinación inesperada, tiene que aplicar nuevo plan táctico.
Coñó, esa pregunta… se ríe nervioso.
Le digo que no está obligado a responder, pero se ríe mucho más, se acomoda en el sofá, mira varias veces de arriba abajo en silencio, y por fin, con voz entrecortada dice: «Pienso que me gustaría hacer lo mismo, baloncestista, estudiar Cultura Física… »
¿Y también entrenador y profesor de la Facultad de Cultura Física de Villa Clara, una de las mejores de Cuba?
Para mí, ser profesor de esa facultad ha sido un orgullo, aunque no es lo mismo que profesor de la Universidad de las Ciencias de la Cultura Física y el Deporte. Hoy no es igual. Estoy a favor del desarrollo, de la ciencia, y sí, es un honor pertenecer a la Universidad Central de Las Villas, pero ya no es igual. Pienso que hemos perdido un poco nuestra identidad, ya no somos el Fajardo, ahora somos una facultad más de la Universidad Central, que, con el mayor respeto, para mí no significa lo mismo. Te lo digo de corazón, ¿tú sabes lo que es que a estas alturas no tengamos nada que ver con el Inder? Después de tantos años, al paso que vamos…
Conrado refleja una profunda nostalgia al reflexionar sobre esto. A veces es excesivamente modesto, se guarda detalles de su vida, alegrías y tristezas, incomprensiones, insatisfacciones… incluso, olvidos inmerecidos para este coloso de ébano que entre las muchas condecoraciones tiene la de la Campaña de Alfabetización, la Mártires de Barbados, Pedagogo del Siglo, y la más reciente, Hijo Ilustre de la Ciudad de Santa Clara en el 2016. Reconoce que si se hubiera esforzado más sería Dr. en Ciencias, hoy es máster y profesor auxiliar.
¿Tu mejor canasta?
No sé. Tal vez cuando eliminamos a Brasil en Munich, anoté bastante, pero en ese entonces no había encestes de tres puntos…
¿Puntos anotados en tu carrera deportiva?
Vuelve a reír.
Eso te lo debo.
¿Y por tu cuenta personal?
Esa te la debo también.
¿Tu encuentro en La Habana con Olajuwon y Steve Nash, históricos en la NBA?
Muy emocionante, quién se iba a imaginar eso.
¿No esperabas que te invitaran?
Mejor no hablamos de eso se cubre los ojos con la mano derecha, pasan varios segundos, tal vez más.
«En realidad yo no formaba parte del grupo de nuestra provincia. Me invitaron después como Gloria Deportiva, y por un poquito de ayuda de mi hermano Leonardo; pero bueno, eso pasa, ya estoy acostumbrado a vivir esas y otras situaciones. Al final fui y traje toda la información para reciclarla aquí, aunque no sé si se habrá hecho.

¿Te gustaría reciclarla?
Claro, voy a averiguar, siempre estoy listo para ayudar en lo que pueda.
¿Jugadores que más admiras dentro y fuera de Cuba?
De Cuba, a Pedro Chappé, Alejandro Urgellés y Leonardo Pérez. Del extranjero, a Michael Jordan, Lebron James, Lucas…
¿Tu hermano fue el Lobo Mayor?
Fue mucho mejor que yo y que los cuatro defensas que estábamos en Munich 72, por eso le decían Leonardo Maravilla Pérez, pero te voy a rectificar algo, en realidad Leonardo es el Maravilla, pero el Lobo Mayor era yo.
Vale la aclaración, para mí y muchos más.
¿Qué te falta por hacer en esta vida?
Con visible tristeza y resignación dice:
Me hubiera gustado, a mis 68 años, no tener las limitaciones físicas que me afectan, entonces podría hacer mucho más.
Guamu, eso a veces es parte de la vida…
Sí, pero hay mucha gente con esta edad que están más movibles, por decirlo de alguna forma.
Conrado está convencido de sus obras, cree que, para la presente y las futuras generaciones, será recordado como un hombre de bien, sencillo, familiar, sociable, revolucionario, porque todo lo que tiene se lo debe a la Revolución.
Aquí estamos y estaremos afirma.
En 1982 estuvo en Venezuela, le siguió Colombia; en este país entrenó a los Caimanes de Barranquilla por tres años y quedó como el entrenador más destacado, lo cual lo ratifica como un profesional de alto nivel.

Conrado Pérez Armenteros, piensa bien la respuesta a estas preguntas, aunque pudiéramos conversar mucho más, pero el espacio, como el tiempo, apremia. Si dentro de 55 años, es decir un siglo después de Munich, en el 2072, allá en el Olimpo de los dioses organizan una final olímpica de baloncesto, ¿quiénes serían los otros cuatro jugadores que te gustaría estuvieran contigo en ese equipo?
¿Del equipo de antes?
Los que tú quieras.
Se toma su tiempo, quiere ganar esa otra corbata…
A Rafael Cañizares, Pedro Chappé, Alejandro Urgellés y Leonardo Pérez.
¿Entrenador?
El mismo, Carmelo Ortega.
¿Reportero de prensa?
Demora pocos segundos y con una sonrisa amplia, espontánea, dice:
Valdivia.