La última vez que vi a Mireya Luis capitanear a las Morenas del Caribe usaba unos jeans desteñidos y un abrigo gris como ese domingo de junio. Traía las manos en los bolsillos, como quien evita las pruebas de un schok emocional. Le temblaban. Estaba de pie, encima de la tumba de Eugenio George: su entrenador, su padre. No leyó ningunas letras para el protocolo. Mireya habló como se habla de quien conoces de memoria.
«Sentí que las Morenas estábamos solas con Eugenio aquel día. Lo sentí y no lo puedo negar. Estuve mejor cuando Fidel escribió aquella Reflexión. Pero en ese instante de la muerte, que además fue en mis brazos, sentí que era lo que debía decir y hacer. A mí me correspondía, no por haber sido capitana, sino por lo que yo sentía y siento por él ».
¿Qué tiene en la mente una niña de 15 años cuando llega a un equipo donde todas son campeonas mundiales?
Una llega llena de sueños, de sueños en importantes escenarios, de jugar regular, de compartir cuarto con una de las grandes. Alguien de 15 años solo podía soñar en ese equipo nacional y en cierta medida buscar lo que quería. ¿De qué forma?, demostrando por qué estaba ahí con esa edad. Seguía con la vista a Mercedes Pomares, la que más me gustaba, para mí era algo impensable. Llegué con la aspiración de jugar en su posición, lo que finalmente conseguí.
¿Cómo se logra que alguien de 1.75 sobrepase la altura de 3.40 para rematar?
Primero tenía una saltabilidad natural, y segundo, sabía que mi éxito, mi permanencia, mi rendimiento dependían de una gran disciplina en los entrenamientos, sobre todo en esa parte física. De ahí solo podía salir por la puerta ancha, no me iba a rendir. Yo no sé perder.
Dijiste que el oro olímpico que más disfrutaste fue el de Barcelona 92, por ser tu primero. Sin embargo, el que atrae todo el morbo es el de Atlanta 96 debido a la famosa pelea con las brasileñas. Ellas dicen que empezaron ustedes…
(Carcajada). Esa historia es larga. Eso lo empezaron ellas desde el Campeonato Mundial de 1994, donde creyeron que provocándonos reconozco ahora que fue una buena estrategia podrían desequilibrarnos, conseguir ganarnos y ser campeonas olímpicas. Nos buscaron y nos encontraron.
En Sidney lo viviste más des de la banca, ya no eras la protagonista.
Me preparé para esa Olimpiada, para ese momento. Cuando eres una jugadora siempre dentro de la cancha, estar fuera es extraño, difícil. Pero me llevaba la lógica de los años, había pensado en eso muchas veces. Lo asumí con paciencia, porque en el colectivo estaba el objetivo de ser tricampeonas olímpicas y eso había que alcanzarlo más allá de lo que yo pudiera o no aportar como titular. Supe que esta vez mi misión era alentar desde la banca.
Jugaste como profesional en la liga japonesa y en la italiana. ¿Por qué se trabaron esas contrataciones para las generaciones siguientes?
No sé decirte en realidad. Técnicamente sí te puedo hablar, pero fue una decisión política que estaba fuera de nuestro alcance. En algún momento hubo un pensamiento, que entonces consideré lógico, de no convertir a los atletas cubanos en profesionales. Después nos dimos cuenta de que el deporte no se parece a nada. Es un escenario donde compartes tu talento, tus habilidades, para obtener algo a cambio: reconocimientos de otras personas que también aspiran a emularte o simplemente te admiran, premios, crecimiento. Ese es el profesionalismo, eso es el deporte.
¿Crees que en algún momento los cubanos que salieron a jugar en ligas extranjeras por su cuenta vuelvan al equipo Cuba?
Esa es una pregunta algo incómoda. Déjame decirte que no creo que se haga, al menos en este momento no se está enfocado en algo así.
¿No son necesarios?
No lo creo, y te soy sincera, porque Cuba tiene muchos atletas prometedores, tiene una cantera fuera de clase, algunos están por pulir, y otros ya están preparados para brillar. ¿Terreno perdido? Sí, eso sí, pero más por cuestiones internas. Nosotros debemos prepararnos aquí adentro, y luego salir al exterior, o llevar atletas a jugar al exterior. Es aquí donde tenemos que darle al atleta todo lo que necesita, lo indispensable. No pedimos mucho. Hay que incentivarlos a que quieran estar aquí, que jueguen en ligas extranjeras y vuelvan por su país.
¿Cómo se explica que la mejor voleibolista del siglo XX no sea la Mejor Voleibolista del siglo XX?
(Carcajada). Eso no lo sé. Pero para mí no es importante. Cuando se dio la noticia, yo regresaba de Italia a Cuba y sinceramente no me causó ninguna impresión negativa. Estuve contenta, porque la decisión que se tomó de que fuera Reglita (Torres) reconocía también a una atleta cubana. Alguien que jugó conmigo, que era como mi hija. No me hizo daño.
¿No te pareció injusto?
Le dejo ese dilema a los fanáticos, a los admiradores, a aquellos que aman el voleibol a su manera.
Dicen que tu biografía, más que eso, es una explicación de cómo Catalina (su madre) hizo la Mireya que conocemos...
Sí, rotundamente. El libro Entre cielo y tierra, Mireya es un homenaje a mi madre y, aunque pareciera, yo no soy la protagonista. Es un homenaje familiar. Ella es la que cuenta mi historia, y en todas las páginas está ese amor de madre para criar y crear valores. No solo en mí, sino en los otros ocho, que fuimos bastantes. Ella fue la que consiguió que desde entonces no volviera jamás, bajo ninguna circunstancia, a dejar de sonreír.