Mireya, la que no sabe perder

Mireya Luis conversa sobre memorables páginas del voleibol, a propósito del libro que recoge la vida de la gran capitana de las Morenas del Caribe.

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Mayli Estévez Pérez
Mayli Estévez Pérez
@mestevezp
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04 Abril 2017
Mireya Luis, exvoleibolista cubana, tres veces campeona olí­mpica.
MIreya Luis, la capitana de las Morenas del Caribe. (Foto: Ismary López)

La última vez que vi a Mireya Luis capitanear a las Morenas del Caribe usaba unos jeans desteñidos y un abrigo gris como ese domingo de junio. Traí­a las manos en los bolsillos, como quien evita las pruebas de un schok emocional. Le temblaban. Estaba de pie, encima de la tumba de Eugenio George: su entrenador, su padre. No leyó ningunas letras para el protocolo. Mireya habló como se habla de quien conoces de memoria.

«Sentí­ que las Morenas estábamos solas con Eugenio aquel dí­a. Lo sentí­ y no lo puedo negar. Estuve mejor cuando Fidel escribió aquella Reflexión. Pero en ese instante de la muerte, que además fue en mis brazos, sentí­ que era lo que debí­a decir y hacer. A mí­ me correspondí­a, no por haber sido capitana, sino por lo que yo sentí­a y siento por él ».

¿Qué tiene en la mente una niña de 15 años cuando llega a un equipo donde todas son campeonas mundiales?

Una llega llena de sueños, de sueños en importantes escenarios, de jugar regular, de compartir cuarto con una de las grandes. Alguien de 15 años solo podí­a soñar en ese equipo nacional y en cierta medida buscar lo que querí­a. ¿De qué forma?, demostrando por qué estaba ahí­ con esa edad. Seguí­a con la vista a Mercedes Pomares, la que más me gustaba, para mí­ era algo impensable. Llegué con la aspiración de jugar en su posición, lo que finalmente conseguí­.

¿Cómo se logra que alguien de 1.75 sobrepase la altura de 3.40 para rematar?

Primero tení­a una saltabilidad natural, y segundo, sabí­a que mi éxito, mi permanencia, mi rendimiento dependí­an de una gran disciplina en los entrenamientos, sobre todo en esa parte fí­sica. De ahí­ solo podí­a salir por la puerta ancha, no me iba a rendir. Yo no sé perder.

Dijiste que el oro olí­mpico que más disfrutaste fue el de Barcelona 92, por ser tu primero. Sin embargo, el que atrae todo el morbo es el de Atlanta 96 debido a la famosa pelea con las brasileñas. Ellas dicen que empezaron ustedes…

(Carcajada). Esa historia es larga. Eso lo empezaron ellas desde el Campeonato Mundial de 1994, donde creyeron que provocándonos reconozco ahora que fue una buena estrategia podrí­an desequilibrarnos, conseguir ganarnos y ser campeonas olí­mpicas. Nos buscaron y nos encontraron.

En Sidney lo viviste más des ­de la banca, ya no eras la protagonista.

Me preparé para esa Olimpiada, para ese momento. Cuando eres una jugadora siempre dentro de la cancha, estar fuera es extraño, difí­cil. Pero me llevaba la lógica de los años, habí­a pensado en eso muchas veces. Lo asumí­ con paciencia, porque en el colectivo estaba el objetivo de ser tricampeonas olí­mpicas y eso habí­a que alcanzarlo más allá de lo que yo pudiera o no aportar como titular. Supe que esta vez mi misión era alentar desde la banca.

Mireya Luis durante la presentación del libro sobre su vida, en Santa Clara.
La gran exvoleibolista cubana asistió a la presentación del libro  Entre cielo y tierra, Mireya, de Oscar Sánchez Serra, durante la edición villaclareña de la 26 Feria Internacional del Libro. (Foto: Ismary López)

Jugaste como profesional en la liga japonesa y en la italiana. ¿Por qué se trabaron esas contrataciones para las generaciones siguientes?

No sé decirte en realidad. Técnicamente sí­ te puedo hablar, pero fue una decisión polí­tica que estaba fuera de nuestro alcance. En algún momento hubo un pensamiento, que entonces consideré lógico, de no convertir a los atletas cubanos en profesionales. Después nos dimos cuenta de que el deporte no se parece a nada. Es un escenario donde compartes tu talento, tus habilidades, para obtener algo a cambio: reconocimientos de otras personas que también aspiran a emularte o simplemente te admiran, premios, crecimiento. Ese es el profesionalismo, eso es el deporte.

¿Crees que en algún momento los cubanos que salieron a jugar en ligas extranjeras por su cuenta vuelvan al equipo Cuba?

Esa es una pregunta algo incómoda. Déjame decirte que no creo que se haga, al menos en este momento no se está enfocado en algo así­.

¿No son necesarios?

No lo creo, y te soy sincera, porque Cuba tiene muchos atletas prometedores, tiene una cantera fuera de clase, algunos están por pulir, y otros ya están preparados para brillar. ¿Terreno perdido? Sí­, eso sí­, pero más por cuestiones internas. Nosotros debemos prepararnos aquí­ adentro, y luego salir al exterior, o llevar atletas a jugar al exterior. Es aquí­ donde tenemos que darle al atleta todo lo que necesita, lo indispensable. No pedimos mucho. Hay que incentivarlos a que quieran estar aquí­, que jueguen en ligas extranjeras y vuelvan por su paí­s.

¿Cómo se explica que la mejor voleibolista del siglo XX no sea la Mejor Voleibolista del siglo XX?

MIreya Luis, exvoleibolista cubana, tricampeona olí­mpica.
Afirma Mireya que fue su mamá quien le enseñó a no dejar de sonreí­r nunca. (Foto: Ismary López)

(Carcajada). Eso no lo sé. Pero para mí­ no es importante. Cuando se dio la noticia, yo regresaba de Italia a Cuba y sinceramente no me causó ninguna impresión negativa. Estuve contenta, porque la decisión que se tomó de que fuera Reglita (Torres) reconocí­a también a una atleta cubana. Alguien que jugó conmigo, que era como mi hija. No me hizo daño.

¿No te pareció injusto?

Le dejo ese dilema a los fanáticos, a los admiradores, a aquellos que aman el voleibol a su manera.

Dicen que tu biografí­a, más que eso, es una explicación de cómo Catalina (su madre) hizo la Mireya que conocemos...

Sí­, rotundamente. El libro Entre cielo y tierra, Mireya es un homenaje a mi madre y, aunque pareciera, yo no soy la protagonista. Es un homenaje familiar. Ella es la que cuenta mi historia, y en todas las páginas está ese amor de madre para criar y crear valores. No solo en mí­, sino en los otros ocho, que fuimos bastantes. Ella fue la que consiguió que desde entonces no volviera jamás, bajo ninguna circunstancia, a dejar de sonreí­r.

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