Generación de cristal: ¿Cómo evitar que se rompa?

Alain tiene 13 años y su mamá lo lleva, diariamente, a la secundaria y en la tarde lo recoge. Laira, ya quinceañera, no sabe ni freír un huevo y le da pereza lavar su ropa interior o la suela de las zapatillas. Orlan, de 22, faltó tres días al trabajo por una «gran depresión», tras perder la base de datos de Terraria. Salet cursa el décimo grado y no se presentó a un trabajo de control por desvelarse la noche antes, cuando «una rana aterrizó en su espalda».

Todos ellos constituyen arquetipos de jóvenes endebles, sobreprotegidos al máximo por sus padres, a los que el amor filial les ha restado autoridad, fuerza, disciplina.

La filósofa española Monserrat Nebrera, para referirse a estos casos acuñó el término generación de cristal, esa que «se fragua en nuestros días a golpe de irresponsabilidad, de corazón de hielo y de indolencia ante el futuro, envuelta en nuevas tecnologías y empachada de formación».

Por su parte, la investigadora paraguaya Juana Domínguez de Mora enfatiza que esta generación, «a pesar de su buena escolaridad y de haber vivido, todavía jóvenes, magníficas oportunidades sociales y culturales anticipándose a grandes expectativas profesionales, tiene una frágil salud emocional».

Y es que los caracteriza una extrema vulnerabilidad y poca tolerancia a la frustración. Su inmersión natural, por el paso de los años, en el mundo adulto les pone la susceptibilidad en ebullición, los sumerge en el desánimo y el abatimiento ante cualquier tarea o responsabilidad que salga de sus espacios lúdicos o convicciones grupales.

Muchos esgrimen estar estresados, tener ataques de pánico, necesitar un psicólogo o un tiempo libre y la correspondiente delegación de sus compromisos personales para otro momento o individuo.

Docentes y directivos se ven impedidos de ejercer la autoridad que les compete con el objetivo de enseñar y laborar dentro de un marco de respeto, disciplina, autoridad y orden, porque la familia y la sociedad dejan a estos jóvenes «ser y hacer» por lástima ante su intolerancia generacional a la crítica y a la presión; benevolencia e impunidad extrema los han forjado, desde la cuna, con escasas aptitudes para una posición de resiliencia.

El catedrático mexicano José Luis Córdova expresa: «La generación de cristal puede ser educada de mejores formas que a través de la crítica constructiva (un hecho que, irónicamente, afecta en demasía a los jóvenes). Dichas formas son numeradas desde el ámbito de la reflexión: las vivencias de los padres, el diálogo abierto, el concepto de unidad, suspensión de juicios sobre la juventud por parte de las generaciones anteriores, el optimismo, la fortaleza, la perseverancia y la formación del carácter».

Si son de cristal, pues habrá que robustecerlos. Nos toca no allanarles tanto el camino, exigirles mayor fortaleza y compromiso, darles responsabilidades, tareas; fomentar su sentido de pertenencia, de trabajo, de sacrificio, para que aprendan el valor de lo material y la necesidad de colmar el alma con buenas acciones y valores.

Se necesita vigorizar, ampliar su poder y juicio para la toma de decisiones, en y sobre situaciones y procesos importantísimos en su quehacer diario e interacción social. El futuro demanda hombres y mujeres corajudos que no se resquebrajen ante la adversidad. Puede que estemos a tiempo de que nuestros hijos, nietos, hermanos, amigos emerjan cual fortísimos diamantes.