El segundo al mando de las acciones del 26 de julio de 1953 cumpliría, este 20 de octubre, Día de la Cultura Cubana, 95 años. Recordarlo y honrar su memoria es deber sagrado.
La familia Santamaría Cuadrado; en el extremo izquierdo, Abel. (Fotocopia Ramón Barreras. Cortesía del Museo Casa Natal Abel Santamaría)
Narciso Fernández Ramírez
@narfernandez
981
19 Octubre 2022
19 Octubre 2022
hace 2 años
No voy a hablarles de un hombre común. Haré la historia de un ser de otro mundo, de un animal de galaxia.
Silvio Rodríguez, canción El elegido, 1968
Nombre bíblico. Sangre española. Segundo al mando en los sucesos del 26 de julio de 1953. El más generoso, querido e intrépido de los asaltantes al Moncada. El alma del Movimiento, al decir de Fidel.
Nació en Encrucijada, en la entonces provincia de Las Villas, el 20 de octubre de 1927. En su partida de nacimiento reza que vino al mundo en su domicilio, situado en la calle Jesús Rodríguez, esquina a Máximo Gómez, a las siete de la noche, y recibió el nombre de Abel Benigno Santamaría Cuadrado.
Como los padres de José Martí don Mariano y doña Leonor, como don íngel, el padre de Fidel Castro, sus progenitores también provenían de España. De Prexigueiro, en Galicia, era Benigno Santamaría Vásquez, nacido en 1896. De Salamanca procedía Joaquina Cuadrado Alonso, venida al mundo en 1902.
Acá en Cuba se conocieron, y en Encrucijada, localidad rural del centro de Cuba, asentaron su hogar. Allí florecería el amor que les uniría toda la vida. Se casaron en el año 1920.
Fue Benigno una persona de pocas palabras, pero muy humano. Sus contemporáneos lo describían como un hombre alto de estatura y de complexión fuerte; de nariz prominente y algo cargado de hombros. En Encrucijada se hizo carpintero, un buen carpintero solicitado por pobladores y vecinos.
Joaquina era la clásica matriarca. Esa ama de casa dedicada por entero al marido y la crianza de los hijos, una mujer amable y cariñosa, pero temperamental.
Infancia y primera juventud
Muchas son las anécdotas que atesoran quienes compartieron años infantiles con Abelito, el Polaco, como le decían, aunque con el paso del tiempo pocos de sus contemporáneos quedan con vida.
En ocasión del aniversario 90 de su nacimiento se editó una revista Umbral especial, dedicada al intrépido revolucionario, asesinado en el Moncada cuando todavía no había cumplido 26 años.
En esas páginas se evocó su infancia en el antiguo batey del central Constancia, adonde sus padres se habían mudado y Benigno ejercía el oficio de carpintero.
Afirmaba Francisca Sánchez Pendás, siete años mayor que Abel, que ella no había conocido ser más noble ni más cariñoso: «Ese fue el primer niño que yo aprendí a querer en la vida ».
Su gran amigo, ya fallecido, Vidal Muñoz, en anécdota contada al escritor Amador Hernández Hernández, recordaba que en 1936 venían de jugar pelota cuando vieron a un negro alto con un puñado de cañas cristalinas sobre sus hombros:
«Abel, tan locuaz como siempre, se le acercó y le dijo: “Señor, regáleme una cañaâ€. El negro, con toda la parsimonia del mundo, bajó la carga, zafó las amarras y escogiendo la más gruesa le respondió: “Toma, aprovéchala bienâ€. Le dimos las gracias (…) cuando escuchamos (…) en su voz: “Recuerden, niños, sin azúcar no hay paísâ€.
«Abel quedó mirando al hombre que se marchaba. El semblante de mi amigo se puso muy serio. Comprendí que las palabras de Jesús Menéndez (el nombre lo supimos después) habían calado profundamente en el corazón de quien sería en 1953 el segundo hombre del Moncada ».
Y una más conocida, narrada por Antonio García, de cuando Abelito ganó un concurso sobre el Apóstol, llamado «Los Tres Reyes de la Patria »: «Un día, mi amigo llegó muy contento a su casa: “Mira, mamá, gané esto en la escuelaâ€, y le enseñó el diploma. Entonces ella expresó, medio defraudada: “Ay, hijo, yo pensaba que te iban a dar una becaâ€, a lo que Abel añadió: “No importa, mamá, gané esto por escribir sobre Mart톻.
En su central Constancia vivió una infancia feliz, rodeado de amigos y ganándose el cariño de todos. Allí tuvo sus primeros amores, y recorrió a caballo los caminos y trillos del batey y sus alrededores. Siempre serio, pero de agradable trato y carisma con las muchachas. Se cuenta que era buen bailarín.
Por eso, como decía el propio Antonio García conocido por Aldo a la colega Dalia Reyes Perera: «Abel ha seguido conviviendo con nosotros, aquí fue donde se forjó, él nació en Encrucijada, pero creció en este central; aquí se hizo el gran revolucionario que fue y sigue siendo, yo me siento muy orgulloso de haberlo conocido y haber compartido con él nuestros mejores años ».
Fidel y la Revolución
«Si Chibás hubiera estado vivo, Batista no hubiese hecho eso », fueron sus palabras al conocer del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, que de nuevo trajo al poder a los militares y entronizó la más sangrienta tiranía.
Por eso, el 16 de marzo, apenas seis días después, un líder de la Ortodoxia escribía una carta en la cual llamaba al combate, sin titubeos, ni cobardías: «Sí, es necesario evitar crímenes, asesinatos, que corra la sangre; en fin, todas esas cosas que nos recomiendan nuestros abuelos. Pero hasta el momento no he visto a nadie arrepentido por la sangre que corrió en el 68 y después en el 95. Al contrario, la veneramos. Tampoco he visto a nadie llorando la muerte de Antonio Guiteras. Al contrario, la cantamos ».
Y con total convicción, quien llegaría a ser el segundo al mando en las acciones del 26 de julio, afirmaría: «Basta ya de pronunciamientos estériles, sin objetivo determinado. Una revolución no se hace en un día, pero se comienza en un segundo. Hora es ya: todo está de nuestra parte, ¿por qué vamos a desperdiciarlo? (…) Adelante (…) yo también quiero cantar “al combate†».
Mes y medio después, el 1.o de mayo de 1952, conoce a Fidel en el cementerio de Colón. Nace entre ambos una entrañable amistad, sedimentada por la comunión de intereses, principios y convicciones patrióticas. Un magnetismo solo dado entre los grandes hombres de la historia.
Tal es el entusiasmo de Abel, que llega corriendo a su apartamento de 25 y O y le dice a su hermana Haydée: «Yeyé, ¡he conocido al hombre que cambiará los destinos de Cuba! ¡Se llama Fidel y es Martí en persona! ».
De aquel memorable primer encuentro, fue Haydée, la Heroína del Moncada, quien mejor aquilató su trascendencia: «[…] hasta ese momento Abel era la persona que yo había conocido con más condiciones para dirigir una acción; y aquella gran fe de Abel en Fidel, aquella gran pasión […] no cabe la menor duda de que influyó mucho también […] No hay días en que no pensemos en el amigo que perdió Fidel al perder a Abel. Abel no solamente fue compañero y segundo de Fidel. Abel fue el más leal de los amigos. Tal vez Abel fue la primera persona en esta tierra que vio los valores extraordinarios de Fidel ».
Joaquina, la madre, refería ese magnetismo que irradiaba de ambos en este caso, el de Fidel, a través de otra anécdota narrada por Lidia Trujillo, viuda de Aldo Santamaría: «Joaquina me contaba que el día que Abel le presentó a Fidel en el apartamento habanero de 25 y O le preguntó qué le había parecido su amigo. Ella le dijo: "No me gusta", y al indagar Abel el porqué, le respondió: "Porque es el único hombre que te empequeñece a ti†».
Abel comienza a conspirar. Tiene habilidades para ganar adeptos a la incipiente causa. Sabe persuadir y convencer. Poco a poco se hace inseparable de Fidel y su segundo al frente del Movimiento.
El 7 de julio de 1953 marcha a Santiago de Cuba. Tiene la encomienda de preparar la Granjita Siboney, que serviría de acuartelamiento la noche del 25 de julio, anterior a las acciones del domingo de la Santa Ana.
Cumple la orden de Fidel y recibe a los futuros combatientes, a quienes va acomodando a medida que arriban a la oriental ciudad. Esa noche-madrugada, previa a la acción, todo es ajetreo. Casi nadie duerme. Abel saca tiempo y complace a un viejo matrimonio de origen español que nunca antes había visitado el Morro de Santiago de Cuba.
A la hora de partir al combate, reclama para sí el lugar de mayor peligro, convencido de que era Fidel quien tenía que vivir; pero le fue negado por el jefe del Movimiento, pues si él caía, era Abel quien debía seguir adelante con la Revolución.
Ambos líderes arengan a los revolucionarios. Fidel lo hace de manera electrizante. Termina afirmando: « ¡Jóvenes del centenario del Apóstol, como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de “Libertad o Muerteâ€! ».
Abel, como si avizorara el futuro, les dijo: «Es necesario que todos vayamos con fe en el triunfo, pero si el destino nos es adverso, estamos obligados a ser valientes en la derrota, porque lo que pase en el Moncada se sabrá algún día […] nuestro ejemplo merece el sacrificio y mitiga el dolor que podemos causarles a nuestros padres y demás seres queridos. ¡Morir por la Patria es vivir! Libertad o Muerte ».
Y parte hacia la inmortalidad.
Los ojos de Abel y su permanencia en Fidel
Abel cae prisionero. Prefirió proteger a Fidel y siguió combatiendo desde el hospital civil Saturnino Lora para darle la posibilidad al líder de la Revolución de escapar, fracasado el factor sorpresa: «Mientras más tiempo estemos combatiendo aquí, más podremos salvar a otros y porque siempre un combatiente tiene que morir sin una bala en el rifle, si una bala no lo ha tumbado antes ».
Con dolor, su hermana Haydée recordaba aquellos terribles instantes: «Y en aquellos momentos tan difíciles, en que la vida puede muchas veces vencer a la muerte, para Abel su vida era que Fidel viviera, […] Abel lo único que pensaba, lo único que deseaba era que Fidel viviera. Abel nunca se planteó vivir él. Y Abel era la vida misma ».
Luego de torturarlo, le arrancan un ojo y se lo muestran ensangrentado a su hermana, para que delatara a los participantes. Abel resiste las vejaciones, y Yeyé les hace saber a esos esbirros que si él no había hablado, menos lo haría ella.
Ese propio 26 de julio de 1953, una ráfaga de ametralladora acaba con su generosa y corta vida.
Una poetisa de fina sensibilidad, Carilda Oliver Labra, escribiría años después un bello poema titulado «Conversación con Abel Santamaría », que en su estrofa final dice: «Tú eres el único que ahora ve en las tinieblas, / porque aquí ya todos somos ciegos. / Danos tu mirada. / Es fuerte como la primavera del milagro. / Ampáranos con tu: ten mis ojos, Cuba ».
Cuando Fidel cumplió 90 años, le pidió a Carlos Alberto (Tin) Cremata, director de La Colmenita, una obra que recordara a Abel, pues sentía que se hablaba poco del encrucijadense. Así nació Historia de su ser de otro mundo, estrenada en ocasión del cumpleaños 90 de Abel y muy bien acogida por el público.
Este 20 de octubre, Día de la Cultura Cubana, se cumplen 95 años de su natalicio. Vale concluir el reportaje con las palabras que le dedicara Celia María Hart Santamaría, su sobrina: «Fue Abel el símbolo de la entrega absoluta, ese santo inmaculado de ojos verdes; ojos con los que quisieron comprar el corazón de mi madre en las cárceles de Santiago de Cuba ».
Abel, el héroe inmortal, vive. Sus sueños son los nuestros.