Fue el mejor de los soldados. El Señor de la Vanguardia. El guerrillero insuperable. El hombre de las mil anécdotas. El del sombrero alón y la sonrisa franca.
Es Camilo Cienfuegos Gorriarán, el hijo de Ramón y Emilia, aquel que no estaba contra Fidel ni en la pelota, y a quien le sería más fácil dejar de respirar que dejar de serle fiel a la confianza en él depositada, como le escribiera al propio Comandante en Jefe al recibir la orden con su ascenso al grado de Comandante del Ejército Rebelde.
Su amistad con el Che se forjó al calor de la lucha, en una noche fría después de la dispersión de Alegría de Pío, cuando compartieron, a sorbos, la única lata de leche condensada que quedaba.
«Me cabe el orgullo de haberlo descubierto como guerrillero », afirmó el revolucionario argentino sobre el cubano jaranero nacido en la humilde barriada de Lawton, en La Habana, el 6 de febrero de 1932, hace ya nueve décadas.
Y aquel le reciprocaba con un profundo respeto y una admiración sin límites, a pesar de sus famosas «camiladas », esas bromas que solo él podía hacerle al nada bromista comandante Ernesto Guevara, como aquella de cortarle la soga de la hamaca que hizo que el Che cayera de manera estrepitosa al suelo.
Quiso ser escultor, pero las limitaciones económicas se lo impidieron; sin embargo, como afirmara Raúl, fue escultor de una obra mayor que ayudó a tallar desde los inicios y por la cual dio su vida a la corta edad de 27 años: la Revolución cubana.
De ser el último de los 82 expedicionarios del yate Granma y un indisciplinado soldado en los primeros tiempos, pasó a convertirse en un jefe afectuoso, valiente e incondicional. El más brillante de los guerrilleros, al decir del Che.
Herido en el primer combate de Mal Verde, exigió que primero trasladaran a otro combatiente, y cuando vacilaron en cumplir su orden, afirmó: «O lo cargan ustedes o lo cargo yo ».
La invasión a Las Villas lo consagró como un insuperable combatiente. Fueron duras jornadas de marchas, con frío y hambre; al extremo de, en una ocasión, no tener otra cosa que comer que no fuera la carne semicruda y con gusanos de una yegua, pero aun así cumplió la orden de Fidel de establecerse en el centro de la Isla.
Allí creó el Frente Norte, y allí se erigió como el Héroe de Yaguajay, población que tomó luego de diez días de violentos combates, no sin antes incursionar en el poblado de Zulueta, al que liberó dos veces y del cual, luego del triunfo de la Revolución, se hizo Hijo Adoptivo.
El « ¿Voy bien, Camilo? » de Fidel, el 8 de enero de 1959, y su «Vas bien, Fidel », dicen mucho de su ascendencia y prestigio, pues no hubo misión, por difícil que pareciera, que no le fuera asignada al veinteañero comandante rebelde. En el fondo, eso era Camilo, un joven enamorado de la vida y consecuente con sus ideales.
En una delicada misión de conjurar la traición de Hubert Matos en Camagí¼ey, desapareció en el mar el fatídico 28 de octubre de 1959.
Días antes, el 26, pronunció uno de sus más emotivos discursos, en el cual evocó los versos de Mi bandera, de Bonifacio Byrne, y afirmó que solo una vez nos pondríamos de rodillas e inclinaríamos la frente, y sería el día en «que lleguemos a la tierra cubana que guarda veinte mil cubanos, para decirles: “ ¡Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no salió en vano!†».
El Che dijo que, en su renuevo continuo e inmortal, Camilo era la imagen del pueblo, y Fidel, con justeza, expresó que en el pueblo había muchos Camilos, y sugirió que cada vez que hubiera una misión difícil que cumplir, una misión casi imposible, pensáramos en Camilo.
El Héroe de Yaguajay vive en la savia de Cuba. Vive en el niño, en el joven, en el adulto y en el anciano que cada 28 de octubre tira su flor al mar o al río, en una hermosa tradición que tuvo al Che como iniciador.
Honrarlo cada día es nuestro deber, como él supo hacerlo con la Patria. Su sonrisa es la nuestra, como lo son también su incondicionalidad y disposición al sacrificio.
A 90 años de su nacimiento continúa siendo el muchacho carismático de la sonrisa franca y el sombrero alón que todos recordamos. El Camilo de la poetisa Mirta Aguirre: «Dímelo, dímelo, dilo: ¿cómo era Camilo? Capitán tranquilo, paloma y león, cabellera lisa y un sombrero alón; cuchillo de filo, barbas de vellón, una gran sonrisa y un gran corazón ».