Yo soñaba con gritar gol, soñaba celebrar uno de Onel, soñaba reírme ante el volcán Pacaya, soñaba con mi selección jugando fútbol. Cuando muchos hablan de derrota yo tengo el corazón en vilo porque, por primera vez, el equipo Cuba ha logrado subirme la presión. Porque he sentido el pecho apretado desde el minuto cero, me emocioné con el himno, con la mano tocando el corazón, con la determinación y el carácter de nuestros jóvenes futbolistas.
«Faltó fútbol, sobró carácter », decía el colega Eduardo Grenier en su análisis del partido; una verdad como templo. Pero lo sabíamos, sabemos que nuestra selección no está al nivel profesional que exige la eliminatoria de un Mundial. Sabemos que nos falta por todas partes, que necesitamos juego, creatividad, necesitamos a hombres como Marcel Hernández, que no fue convocado; pero si algo tenemos, si algo quedó claro aun con la derrota fue que a este equipo de Cuba le sobra corazón.
No toleré la absurda narración de Renier González y Sergio Ortega, no lograron venderme la idea de que estaba viendo a un equipo acabado, de que los cubanos nacimos para jugar pelota. Hace casi una semana, la afición cubana esperaba este juego. La esperanza se camufló de la más real de las maneras. Soñamos al unísono con la llegada de Onel, con ver jugar a Cavafe, a todos los que arribaron desde ligas internacionales para ponerle un poco más de optimismo al encuentro.
A los lectores, a los aficionados del más grande de los deportes, solo tengo una cosa para decirles: a pesar del 1-0, de la terrible defensa, de no generar casi en ataque, a pesar de que Cuba no disputaba un partido de fútbol desde 2019, a pesar de las malas decisiones técnicas... lo de hoy fue una victoria, y lo fue mucho antes de que iniciara el partido. Se vale soñar, mi gente; se vale ilusionarse, porque esto es solo el inicio.