
La noticia de la reanudación del curso escolar, en un primer momento, dejó un sabor agridulce en la familia villaclareña. Por un lado, la satisfacción de ver que continuarían los estudios en la mayor parte de la isla; por el otro, el temor a un rebrote de COVID-19 en alguno de los planteles escolares.
Sin embargo, la dirección del país decidió dar ese paso crucial, no sin antes preparar las condiciones materiales para la seguridad higiénico-sanitaria. Las reacciones de apoyo de muchos padres e, incluso, de instituciones del Estado ajenas al Ministerio de Educación, no se hicieron esperar.
Tanto es así que, gracias a todos los esfuerzos y la confianza depositada en los maestros, el propio martes se había incorporado a las aulas el 94,5 % de los estudiantes.
Para fortuna nuestra, al cierre de este comentario la situación epidemiológica en Villa Clara se mantenía estable, sin nuevos eventos y casos durante una semana. Y finalmente, como tantos cubanos esperábamos, el Gobierno de La Habana eliminó de raíz la movilidad interprovincial por motivos turísticos e, incluso, limitó al mínimo imprescindible los viajes laborales.
De esta manera, acortamos la brecha de probabilidades de nuevos rebrotes en el territorio. Algo más nos tranquiliza: a pesar de que los círculos infantiles se mantuvieron cumpliendo sus funciones en pleno pico pandémico, nunca fueron escenarios de transmisión del nuevo coronavirus.
El éxito se debió, en parte, a la aplicación de rutinas de bioseguridad y a la disciplina de padres y educandos. Hoy, estas y otras medidas han sido dispuestas en todas las enseñanzas, fundamentalmente en lo que respecta a horarios vulnerables, reordenamiento de turnos de clase para garantizar el distanciamiento social, así como la preparación de espacios para la desinfección de manos y pies.
Las máximas autoridades de la provincia dejaron claro que, ante la más mínima sospecha de resquebrajamiento en las medidas higiénico-sanitarias, las escuelas involucradas serían cerradas de inmediato.
Ahora bien, como buena cubana que soy, con ojo aguzado para la sociedad en la que vivo, tengo grandes preocupaciones sobre las que vale la pena alertar:
La familia cumple un rol decisivo en este contexto sanitario. Primero, porque debe conversar con los niños y adolescentes sobre la importancia de mantener los protocolos dictados por las autoridades de Salud; segundo, porque tiene que ayudar a la escuela en el cumplimiento de esas disposiciones.
Aunque a veces sean pasadas por alto, pequeñas acciones como chequear la cantidad de nasobucos que los niños llevan en las mochilas para la sesión de clases; conversar al regreso sobre cómo lograron la higiene en la jornada u otra pregunta alegórica al tema, pudiera reforzar en los pequeños el sentido del compromiso y la responsabilidad individual.
Por las redes circulan memes sobre las ocurrencias de los pequeños en detrimento de la prevención. Entonces, guerra avisada: maestros y familias, son tiempos de colocar el sexto sentido sobre los comportamientos, principalmente de los estudiantes de la primera enseñanza.
Sin hacer alusión a un centro educativo en específico, en esta primera semana varios entrevistados refirieron el uso incorrecto del nasobuco en horario escolar. Imprescindible, entonces, será fortalecer las inspecciones sanitarias estatales sorpresivas, no solo para el control de las condiciones infraesctructurales, sino también para auditar la disciplina.
Como siempre digo: no podemos apelar solo a la conciencia ciudadana para mantener al margen la COVID-19. Conciencia, ¡y control!
En este sentido, Yudí Rodríguez Hernández, presidenta del Consejo de Defensa Provincial (CDP), dijo haber recibido algunos estados de opinión desfavorables. «A nosotros no puede sorprendernos nada. Hay lugares en que esa certificación de Salud no se hizo de la mejor manera y no dudo que hayan existido irregularidades ».
Añadió que los directores de los planteles educativos no pueden permanecer en sus centros escolares si las condiciones no lo permiten.
Otra alerta a tener en cuenta por los directivos de cada centro escolar fue la referida a las aglomeraciones de padres a la hora de salida. También, a partir de las últimas determinaciones anunciadas el pasado jueves por el CDP, los maestros y estudiantes que retornen de lugares de alto riesgo como La Habana y Matanzas, serán sometidos a una vigilancia por siete días.
Solo después de transcurrido ese tiempo y previa realización de un examen de PCR, podrán incorporarse a las clases.
Los vínculos con Salud Provincial para aislar, sin morosidad, cualquier contacto de caso positivo o sospechoso, serán cruciales en esta batalla. Igualmente, según las autoridades sanitarias, las pesquisas incluirán un muestreo sistemático de una parte de la matrícula con pruebas PCR, para impedir oportunamente cualquier problema, y ofrecer seguridad a las familias y claustros, una decisión muy acertada.
«En mi opinión particular y respetando todos los criterios, considero que debe terminarse ya el curso escolar interrumpido en estas ocho semanas tomando todas las medidas. Después y para noviembre, ya veremos cómo está la situación para iniciar o no el próximo curso », comentó una internauta, cuya hija cursa la secundaria básica en Santa Clara.
«Que nadie me acuse de ser madre despreocupada, porque peco de lo contrario. Sin embargo, todo con orden y respeto debe funcionar bien ».